Para Mª Victoria
Una cocina puede ser el mundo,
un desierto, un lugar para llorar.
Estábamos ahí: dos madres conversando en voz muy baja
como si hubiera niños durmiendo en las alcobas.
Pero no había nadie. Sólo la resonancia del silencio
donde alguna vez hubo música trepando las paredes.
Buscábamos palabras. Bebíamos el té
mirando el pozo amargo del pasado,
dos madres sobre el puente que las une
sosteniendo el vacío con sus manos.
De "Los habitados"
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