Basta con detenerte allí donde ya nunca -o casi
nunca-
te detienes, los pies firmes en tierra, la mirada
buscando la mirada de la fotografía,
-como un niño empeñado en descifrar los signos de un
diorama-
la desesperación perfecta y controlada
lanzada al mar del nunca más, como una soga,
a aquel que desde el marco te sonríe
para que desde el frío la piel intacta, eterna,
regrese en su tibieza hasta tu mudo anclaje,
hasta tu cuerpo vivo,
y como un soplo sientas su caricia.
De "Los habitados"
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