Mis seis años, Señor, y ni un almendro.
Ni una copa de luz para mañana,
ni una piel de león para la huida.
Un niño sin sonrisa es un desierto.
Me has barrido de flores
y un huracán siniestro me adelgaza los pies,
y el paladar y el sueño.
La espalda es una curva que sujeta mi madre
y no sé ni llorar, porque el dolor me anegada como un grito.
Mis hermanas están frente a la aurora
con un panal abierto en las rodillas.
Yo me miro las cuencas maduradas
y te clamo Señor! porque tu nombre verde
es el único tallo que sostengo
desde que el mar me muerde y me vendimia.
(Del dolor y las alas, 1982)
En "Rojo-Dolor. Antología de mujeres poetas en torno al dolor"
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